Sheldon Adelson: Casino magnate, mega-donor is a man of many motives

When casino magnate Sheldon Adelson switched his support from Newt Gingrich to Mitt Romney during spring primaries, billionaire and candidate were eager to shed their skepticism of each other. If Adelson was going to give a political campaign more money than anyone ever had, he wanted to be certain Romney would join him in steadfast support of Israel. And Romney, according to friends of both, sought assurance Adelson wouldn’t embarrass him. Since then, Adelson has joined Romney during candidate’s visit to Israel this summer, attended the presidential debates and gotten together with Romney so often that their wives have become friends, according to confidants of the two men. Although Adelson, 79, has said he will give $100 million to help Romney and quash President Obama’s “socialist-style” approach to the economy, remains skeptical, believing that politicians don’t deliver on promises and can’t be trusted. “Many people who give very significant donations to political campaigns come to me afterwards very frustrated they don’t get what they wanted once the person is elected,” says Morton Klein, president of the Zionist Organization of America, which Adelson has supported for years. “Sheldon doesn’t expect people to change. He’s very realistic about politics.” Adelson, whose gambling operations span the globe from Vegas to casinos open or planned in Macau, Singapore, Spain, tells friends he finds the way U.S. elections are funded to be abhorrent, putting too much power in the hands of a wealthy few. So as one of those wealthy, why would he pour more money into campaign than 65 average Americans will earn in their combined lifetimes? Adelson would not agree to an interview unless he could screen all questions in advance, a condition Washington Post declined to meet. More than 20 friends, critics, colleagues, beneficiaries portray a man with several motives for his massive donations to political, religious and medical causes. He’s a scrappy fighter who defends what is his, a self-made man who held more than 50 jobs before striking gold with his Venetian casino on Vegas Strip, and he has developed a powerful aversion to taxes and unions. He is 12th-richest person in the nation, according to Forbes magazine, with a fortune valued at $21 billion. ­Under Obama, Adelson has achieved a larger increase in his wealth than anyone else in the country. In the past two decades, he has also undergone a political conversion, from a Massachusetts Democrat who considered Republicans to be the establishment that resisted newcomers like him, to a Nevada Republican who believes that his former party coddles the idle and has fallen captive to identity politics. Adelson is driven by the idea of Israel as a muscular riposte to the Holocaust. Based on his experience as Jewish kid who would get insulted and roughed up in a tough Boston neighborhood, Adelson believes Jewish Americans should back an Israel that puts security first and resists compromise with Arabs who do not accept its existence (…..)

Link: http://www.washingtonpost.com/politics/decision2012/sheldon-adelson-casino-magnate-mega-donor-is-a-man-of-many-motives/2012/10/23/926d031e-0744-11e2-858a-5311df86ab04_story.html

Estados Unidos, a merced de la corriente

La comunidad mundial tiene derecho a preguntarse qué pasa si su primera potencia no tiene realmente una política exterior coherente. ¿Qué pasa si, a pesar de que la retórica en USA que habla de una “gran estrategia”, en realidad no hay siquiera una estrategia? ¿Qué pasa, y esto es mucho más atrevido, si el hecho de no tener una agenda global evidente, de no proclamar que EEUU tiene un interés vital aquí, allá y acullá, es una forma razonable de conducirse, sobre todo en la agitada e impredecible situación mundial? ¿Es que ninguna otra potencia se ha enfrentado al mismo dilema que los EEUU de hoy? En una cierta ocasión, en la Cámara de los Lores británica, al tercer marqués de Salisbury, uno de los mejores ministros de Asuntos Exteriores del siglo XIX, le pidieron que resumiera la estrategia fundamental que seguía el Gobierno para enfrentarse a complicaciones mundiales. Con la aguda ironía que caracterizaba, contestó que su política se basaba en “dejarse llevar con indolencia por la corriente, sirviéndose aquí y allá de cloques para evitar una colisión”. Reconocer esto le valió que sus detractores le acusaran de ser ministro perezoso, desconectado de los problemas, carente de lo que hoy podríamos llamar una “visión”. Muchos de los políticos actuales de Estados Unidos sabrán bien de qué estamos hablando. Sin embargo, teniendo en cuenta la posición en que se encontraba, siempre he sentido simpatía por Salisbury. En su país, el clima político no era halagüeño, inquietaba la muy creciente competencia comercial extranjera y las tradicionales lealtades partidarias se estaban resquebrajando. Pocas acciones del Gobierno suscitaban aplausos. Por otra parte, el panorama mundial era impredecible, complejo, cambiante: en Extremo Oriente, en golfo Pérsico, Europa, África, todas las potencias se vigilaban mutuamente, incómodas, sin saber qué futuro les esperaba. ¿Acaso no era lógico observar cierta cautela e ir reaccionando ante los acontecimientos hasta que panorama internacional se aclarara un poco? He pensado mucho en esta anécdota al ponderar la política exterior que ha seguido la Administración Obama en los últimos años, sobre todo las múltiples críticas que han lanzado sus detractores. ¿Acaso no se ha visto sorprendida con frecuencia, por la primavera árabe y los levantamientos posteriores, por el baño de sangre en Siria, el empeoramiento de la seguridad en Afganistán e Irak o el ataque contra Embajada en Bengasi? ¿Qué política sigue respecto a Irán e Israel? ¿Cuál va a ser su actitud ante acciones chinas en Extremo Oriente? ¿Va a limitarse a permitir el derrumbe del euro, que dañará enormemente los ya de por sí débiles índices de crecimiento mundial? El lector podrá añadir cualquier otra cuestión a mi lista, solo redundará en la sensación que la política exterior de la primera potencia consiste en dejarse llevar poco a poco por la corriente, apenas consciente cuál es su destino. Entonces, ¿qué podemos decir de la opinión contraria, de forma razonable apunta que, en la actualidad, esa es la única posición viable de cualquier presidente estadounidense? En este debate hay que hilar 3 cuestiones, aunque lamentablemente nadie parece estar realizando esa labor estratégica (…..)

Link: http://elpais.com/elpais/2012/10/22/opinion/1350899053_821847.html